sábado, 22 de enero de 2011

HUMANISMO CALDERONIANO EN PRO DE LA CULTURA NACIONAL



PERIPECIAS DE LA BIBLIOTECA PARTICULAR DE NICOLÁS ANTONIO
La Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes ha publicado, íntegramente y en facsímil, la primera bibliografía española moderna (´Bibliotheca hispana nova sive hispanorum scriptorum qui ab anno MD ad MDCLXXXIV floruere notitia´), de Nicolás Antonio, publicada en Madrid entre 1783 y 1788.
Se trata de la segunda parte de la Bibliotheca hispana, un índice de todos los escritores españoles desde los tiempos del emperador Augusto hasta finales del siglo XVII, que ahora se presenta en cervantesvirtual.com como resultado de la colaboración entre la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes y la Biblioteca de Catalunya. La primera parte, ´Bibliotheca hispana vetus´, que quedó manuscrita a la muerte del autor, la editó el cardenal Sáenz de Aguirre en 1696.
Nicolás Antonio, agente general de España en Roma (1654-1678), es considerado uno de los iniciadores de la bibliografía española. Nacido en Sevilla en 1617, estudió Artes Liberales en el Colegio de Santo Tomás y Cánones en la Universidad de Sevilla, y se doctoró en Derecho en Salamanca (1639). Fue entonces cuando concibió la idea de crear una bibliografía de la literatura española desde la época romana.
Tras once años de análisis y estudio en diversas bibliotecas, Felipe IV le nombró agente general de España en Roma, donde vivió durante veinticinco años llegando a formar una de las mayores bibliotecas de su tiempo. Quizás sea una exageración, pero se dice que tenía más de 30.000 volúmenes. Junto a la Bibliotheca hispana, Nicolás Antonio es conocido por su ´Censura de historias fabulosas´, una revisión fulminante de los llamados ´Falsos cronicones´, editada por Gregorio Mayans en 1742.


Cuando fallece en Madrid Nicolás Antonio, el año de 1684, toda la fortuna que
deja a sus herederos, son deudas; deudas a las que fundamentalmente le había llevado el afán investigador y difusor de la cultura de los albores de la Ilustración, tareas a las que dedicó su vida entera. El único bien que le quedó a sus deudos, fue su colección particular de libros.
Precisamente, lo que le sucede es el tema central de un documento manuscrito, inédito hasta ahora y que se encuentra depositado en la Biblioteca Universitaria Salmantina, y que es estudiada por los eruditos paleógrafos españoles, Luis Arias González y Mercedes del Río Luelmo, a quienes sigo en este trabajo.
Aparentemente, las peripecias del legado de Nicolás Antonio, y desconocido destino fatal de la enorme colección de libros—para su época--pudiera pensarse que se trata de uno más de los tristes episodios en que quedan de manifiesto las penurias económicas que afectaron -y aún afectan- a los intelectuales más señeros en cualquier circunstancia de tiempo y en cualquier género. Excepto, cuando se trata de burócratas, políticos de la cultura y administrativos gubernamentales, a cargo de asuntos culturales, los cuales ganan bien y raras veces tienen problemas económicos severos.


Pero una lectura más atenta del referido documento, nos ofrece algo más que le trágica anécdota en que se envuelven las colecciones bibliográficas de los intelectuales. Nos da una pauta del avalúo por el que tienen que pasar esos acervos cuando loos herederos deciden venderlos.
En el caso de Antonio, usted se conmoverá al enterarse que murió debiendo más del 300% de la cantidad que recibieron los deudos, de suerte que una biblioteca tan rica no sólo no sirvió para pagar las deudas de la familia sino que sufrieron el desdén, la crueldad, b rutalidad, atrocidad, ferocidad, impiedad, inhumanidad, insensibilidad, sadismo, salvajismo, truculencia, iniquidad de parte de uno de sus colegas, hermanos religiosos: el jesuita del Colegio Real de Jesuitas en Salamanca, Padre Abarca


Nicolás Antonio, junto con su amigo el marqués de Mondéjar, se ha convertido
con el paso del tiempo en el autor más conocido perteneciente a los novatores del
último tercio del siglo XVII y como tal es citado con profusión en todas las obras básicas. La aportación fundamental que, incluso hoy en día, constituye su Bibliotheca Hispana para filólogos e historiadores ha llegado a ser un lugar común.
También lo fue en su momento, por lo que era admirado por el reducido círculo de
eruditos de entonces, así como por los reyes y el papado, y sin embargo, a pesar de
este reconocimiento, su penuria fue evidente.
¿Por qué? No va a ser ésta la única duda que se planteará usted al leer el juicio del Padre Abarca que pongo al final de este escrito; hay otras, como son: ¿por qué se le ofrece la biblioteca a los jesuítas, y en concreto, al Colegio Real de la Compañía en Salamanca?


¿Cuál era el verdadero valor económico del libro en este tiempo y hasta qué punto interesaba todo esto en un momento en que la mayor parte de la población era analfabeta? Y, finalmente, ¿quién pudo comprarla? Intentar responder a todos estos interrogantes de una forma categórica, sería algo pretencioso. Lo que sí sabemos es que seis años después de la muerte del ilustre bibliógrafo se compró su biblioteca por mil ducados, lo que representa una cantidad irrisoria al grado que puede decirse que se vendieron los libros por kilos de papel.


Y es por eso que estoy maravillado por la noticia extraordinaria, que nunca gobierno alguno había dado al pueblo mexicano, de que el Presidente Calderón, ha dado instrucciones de que se compren cuando menos veinte bibliotecas a los deudos de intelectuales, escritores, bibliógrafos, historiadores para evitar que esos tesoros se vayan al extranjero. No hay precedente y sí se establece una notable diferencia entre este gesto patriótico y humanitario y el devenir siniestro de la biblioteca del fundador de la Bibliografía hispana.

En el caso con el que ejemplifico este trascendente proceso de la adquisición de un acervo importante, son muchos los elementos humanos que participan --novatores y tradicionalistas, jesuítas y otras órdenes, bibliófilos y meros coleccionistas, tasadores y deudores, lectores...-- y las relaciones que entre ellos se establecen –de afinidad, de enfrentamiento, económicas, de influencia...son las que fatalmente van a originar esta tragedia del hombre que pasó toda su vida estudiando, comprnado libros con enormes sacrificios y difundiendo conocimientos e ideas, haciendo bibliografía, entre sus contemporáneos para morir en la miseria y dejando su único patrimonio a una familia que sería humillado por religiosos anticristiano, cuando menos.

Los últimos años de la vida de Nicolás Antonio y el episodio de la venta de su
biblioteca, coinciden con el reinado de Carlos II. La vida política interior, marcada
por las luchas e intrigas en torno al control del poder, se divide en las etapas de la Regencia de Mariana de Austria, seguida del predominio de Juan José de Austria, sustituido a su muerte por el duque de Medinaceli y, por último, el duque de Oropesa. Todo esto va a repercutir en el ambiente cultural en el que se desenvuelve Nicolás Antonio. Así Juan José de Austria, hombre de exquisita formación, apoyará decididamente al grupo de novatores y a las tertulias aperturistas que en estos momentos aparecen en España, convirtiéndose en su mecenas, tal y como luego harán los duques de Medinaceli y Oropesa y otros nobles, entre los que destaca especialmente el conde de Villaumbrosa -el gran protector de Nicolás Antonio-; mientras que el poderoso confesor de Mariana de Austria, el jesuíta Everardo y su círculo, jamás tuvieron esas inquietudes. En cuanto a la economía, únicamente sabemos que fluctúa entre una tímida pero sostenida recuperación económica que afecta a las zonas peninsulares periféricas (Cataluña), al lado de la fortísima crisis de Castilla, especialmente entre los años 1677 y 1687, con el típico ciclo de pestes, malas cosechas, etc.


A ello, hay que unir la conocida reforma monetaria, especialmente la devaluación de
la moneda de plata y la correspondiente inflación de 1686, que hace que el valor del
dinero caiga, junto con la del comercio. Es a esto a lo que se refiere el Padre Abarca, cuando desconfía del cobro de las libranzas reales pagaderas a los herederos de Antonio y cuando menciona la dificultad para comprar y vender un objeto con una capacidad de valoración tan insegura en tiempos de crisis como es el libro (“...menos en estos tiempos en que nadie quiere comprar libros”). No va a ser éste el único caso de una biblioteca malvendida en este siglo; así había sucedido en 1658 con la biblioteca de Lorenzo Ramírez de Prado, la del Doctor Siruela en 1671, o con la del amigo de Nicolás Antonio, Juan Lucas Cortés. (Cuya viuda se vio obligada a venderla porque el suelo de las salas amenazaba con hundirse por el peso de los libros).
En estas circunstancias, van a ser, sobre todo, las órdenes religiosas cuyo poder económico no ha quedado tan mermado, las que aprovechan para hacerse con un conjunto de libros, casi a precio de saldo. A esto hay que añadir el desinterés que Carlos II muestra por la adquisición de libros, a diferencia de sus antecesores. Por ello, se ofreció antes que a nadie a los jesuítas, cuyo auge indiscutible se debía a la influencia de sus colegios, al creciente “asalto” sobre los puestos universitarios, al apoyo del dogma de la Inmaculada con sus implicaciones políticas correspondientes y a su creciente infiltración en la Inquisición, así como su influencia cada vez mayor sobre la población gracias a sus misiones, prédicas y sus conocidos “Ejercicios espirituales”. El Real Colegio de Salamanca se concibió como su símbolo más flamante en todos los aspectos, con una biblioteca que pretendía, y lo
consiguió, ser de las más importantes de España, a base de incrementar la antigua
librería con entradas continuas de fondos a partir del traslado de 1665, de los que tuvo que formar parte esa novissima Bibliotheca a la que se refiere el Padre Abarca, en el documento que transcribo al final. Pero no fueron sólo los jesuítas los que llevaron a cabo esta política de aprovechamiento de las circunstancias económicas a fin de aumentar sus libros, también lo van a hacer las demás órdenes religiosas; tal es el caso de los dominicos o los benedictinos. Precisamente, es un benedictino, Fray Íñigo Royo, el que da la noticia de la venta definitiva de esta colección -¡6 años después de la muerte de Nicolás Antonio!-, por la cantidad irrisoria de 1.000 doblones, cuando se le calculaba un valor de adquisición inicial no menor a 30.000 ducados. A pesar de que no se diga quién es el comprador definitivo, se sospecha que lo fuera la misma orden de San Benito.
En este entorno histórico, el ambiente cultural viene marcado por la aparición de
los novatores, a quienes se considera como unos elementos claramente preilustrados.
Los novatores influyen en las Ciencias, el Arte, la Literatura y la Historia con
un espíritu renovador y abierto, más propio de las corrientes ideológicas extranjeras
que de la tradición barroca española. Sin embargo, fueron muy pocos en número y todos ellos van a padecer una oposición fortísima, sobre todo en el cerrado ambiente universitario. En nuestro caso, el Padre Abarca, como historiador, sigue la norma impuesta por el otro gran historiador de la Compañía, y de todo el siglo XVII, que es el Padre Mariana.


La visión del mundo de Nicolás Antonio es distinta, sus preferencias van a ir encaminadas a la elaboración de corpus documentales, a la depuración de las fuentes y a la crítica de todo lo anteriormente hecho. Basta establecer una mera comparación temática entre la obra cumbre de Abarca --Los Reyes de Aragón en Anales históricos, distribuidos en dos partes-- y la de Nicolás Antonio, para hacerse una completa idea de esta disparidad. Encima, uno de los escritos del novator se concibió como un ataque a un jesuíta, Gerónimo Román de la Higuera, y a su obra -Chronicones- a la que acusó de ser falsa y basada en documentos imaginarios.
Todos estos factores de tipo personal pueden ayudarnos a entender el informe cruel y negativo que realiza Abarca, aunque creo que la clave está en el análisis de la propia biblioteca y en la valoración que de ella se hizo, por lo que la reproduzco íntegra.

Comienzo con el número de ejemplares que la conforman, y veo que en el
documento no se señala cantidad alguna. Distintos autores, repitiendo el número dado por Mayans, hablan de 30.000 volúmenes. Esta cifra es fabulosa, tan por encima del valor monetario que se señala y de la comparación con la biblioteca jesuítica de Salamanca y de las otras bibliotecas tales como las de Gabriel Laso de la Vega, Inca Garcilaso de la Vega, Jerónimo de Alcalá Yáñez, Gonzalo Correas, la de la Universidad de Salamanca, la de Rodrigo Méndez Silva
Vincencio, la del Arzobispo Juan de Ribera o la del Condeduque de Olivares, grandes coleccionistas de obras.
Las bibliotecas que más destacan por el número de volúmenes, pertenecen a personajes nobiliarios o a órdenes. Si comparamos la situación económica de éstos con la que pudo tener Nicolás Antonio, parece cada vez más legendario que alcanzase la cifra de los 30.000 volúmenes. Además, habría que tomar en cuenta la posibilidad de requisa de libros -de la que tanto abusó el condeduque. Teniendo en cuenta el precio que se pagó en almoneda por la biblioteca de Lucas Cortés -4000 ducados en 1701-, resulta aún más difícil de creer que 30.000 libros, dos años antes, alcancen sólo un valor de 1000 doblones.
En el segundo punto del Informe, se nos habla de algo habitual en las colecciones de libros en la Edad Moderna, como es la existencia de ejemplares incompletos, o por contra, repetidos y que no merece mayores comentarios.
En el tercer punto, hay que sospechar que Abarca se refiere sobre todo a obras menores del tipo de las novelas, cuentos, etc. considerados entonces como una subliteratura y que a Nicolás Antonio, le fueron fundamentales para la elaboración de sus dos grandes compendios literarios. Sin embargo, es necesario señalar que este desprecio, es más teórico que real; la utilización de novelas, fábulas, anécdotas y exempla en general era algo común entre los jesuítas que las usaban como ilustraciones de la mayor parte de sus sermones y pláticas religiosas.
La existencia de libros en francés e italiano, sugiere varias cosas: la larga estancia de Nicolás Antonio en Italia, la conocida apertura de los novatores a las ideas foráneas, en especial al racionalismo cartesiano francés y sus seguidores. También influyó en el ánimo del valuador, la probabilidad de que sean en su mayor parte libros prohibidos por la Inquisición.
El quinto punto, es todo un pequeño tratado de la controversia, que se dio entre la tradicional Universidad española y la Ciencia Nueva. Frente a la concepción de la Teología y el Derecho Canónico como puntales del saber universitario, se oponen los otros derechos (civil y municipal), la Medicina, la Matemática, la Astrología, la Poesía, y la enseñanza del griego y del hebreo, idiomas estos que ya estaban en una clara decadencia excepto para unos poquísimos eruditos.
De los cuatro tipos de Teología conocidos (escolástica, expositiva, dogmática y moral), no se hace mención alguna a la dogmática, mientras que de la escolástica se dice que “ay casi nada”, en una clara referencia al desinterés por parte de Nicolás Antonio hacia esta disciplina, rasgo éste que hay que hacer extensivo a casi todos los novatores. Esta ausencia debió parecer al Padre Abarca -catedrático de prima de Teología en Salamanca durante 25 años-, algo casi ofensivo; no hay que olvidar, que el componente religioso de las bibliotecas era mayoritario en la casi totalidad de ellas, incluso en las de personas que no se caracterizaron por un excesivo celo religioso.

A los ojos del jesuíta, Nicolás Antonio debía ser una persona, cuando menos, sospechosa por este hecho de la falta casi total de libros religiosos, por la presencia de tantas obras extranjeras y por aquellas otras prohibidas total o parcialmente por la Inquisición. De todas formas, lo que se ve es que la actuación de la Inquisición en este tema, no fue tan estricta como se pensaba; los índices inquisitoriales de 1640, no impidieron que ciertas obras prohibidas apareciesen con cierta profusión en las bibliotecas, incluso en las de los mismos inquisidores (no olvidemos que Nicolás Antonio lo fue) y órdenes religiosas tan cercanas al Santo Tribunal como eran los dominicos. Conseguir un permiso especial para tener libros prohibidos era una tarea ardua aunque no imposible para personas bien relacionadas.
Por último, éste no es un hecho aislado. El espíritu preilustrado que anima a Nicolás Antonio y a los demás novatores fracasa en estas circunstancias adversas; aparentemente se pierde, y sin embargo, su legado va a ser recogido por los ilustrados españoles del XVIII.
Algo similar sucede con su biblioteca: no se sabe exactamente a dónde va a parar y ni tan siquiera si permanece completa o no, sólo hay noticia del poco interés que suscitó y del desprecio con que fue tratada por parte de elementos más tradicionales. Sin embargo, por las razones antes dichas, hay que sospechar que buena parte de ella pudo quedar en poder de los benedictinos y de esta forma ser consultada y, en cierta manera, resucitada por Feijoo, paradigma del racionalismo español dieciochesco.




Finalmente, he aquí el documento que nos da una idea de cómo se valúan las bibliotecas a través de las edades, parámetros que aún se consideran en la actualidad.

Juicio que hace el P. Abarca de la librería del Señor D. Nicolás Antonio Diffunto, en este Abril de 1687, con ocasión de que sus herederos deseaban, que este Colegio Real la tomase, y se quedase con ella, pagando las deudas del Diffunto, que serían como diez mil Ducados y se nos daban en esperanza cosa de quatro mil Ducados de muy difícil cobranza en el interium, por libranzas del Rey, y no todos, porque parece se pedían mil Ducados o más.
Por el índice de esta librería, que se me ha entregado, hago el concepto, que aquí voy expresando en varios artículos.
Io Que aunque ella es muy numerosa de libros, y tan abundante de varia erudición,
que se podrá contar entre pocas y las primeras de España; consta de infinitos tomos
los mismos que nosotros tenemos en la librería de este Colegio Real.
2o Que muchos libros se ven duplicados en el mismo índice: y otros de juegos
no cabales.
3o Que muchísimos son de assuntos menudos, de poca sustancia, y nada útiles
para Nosotros.
4o Que gran número de los libros es de lengua Francesa y no desigual parece el
de la Italiana.
5o Que otro gran número, y muy considerable es de Facultades agenas, y poquísimo
usuales para Nosotros; como de derechos Civiles, y de otros Municipales; y de
Medicina, Matemática, Astrología, Poesías de varias lenguas, y enseñanzas de la
Griega y de la Hebrea.
6o Que entre mucha y muy selecta cantidad de Historias, assí Eclesiásticas, como
profanas, ay gran número de cossillas y casos particulares, y relaciones de fiestas
y exequias que poco y a pocos podrán ser de empleo y aprovechamiento religioso.
También de aquellas Historias de monta ay más que mucho en nuestro Colegio.
7o Que de Theología Moral se vé más número que calidad; bien poco de lo más
grave; y apenas cosa que no la tengamos.
8o Que de los Padres tendremos nosotros más con la novíssima
Bibliotheca, que tenemos comprada, [en el junio de 1690 ha oydo al Padre Maestro
doctor Iñigo Royo que esta librería se dio toda en Madrid por mil doblones. Y es de
advertir que se nos representó aver costado en Roma 24 de. [mil] escudos (o Ducados) de plata: y que se añadió assí el gran coste de traherla; como la cantidad de otros 6 d [mil] Ducados de plata por los libros, que acá se compraron.
9o Que de theología escolástica ay casi nada, y de lo que ya tenemos bien multiplicado en casa. Y lo mismo digo de la expositiva.
10° Que del Derecho Canónico ay mucha y selecta cantidad: más lo antiguo de
essa Facultad bien lleno lo tenemos Nosotros: y aunque de lo moderno nos falta mucho, lo supliremos en buena o bastante parte con lo que tenemos y con lo que estamos esperando, por estar ya comprado; y también con lo que irá trayendo el tiempo.
1 Io En suma y en conclusión digo y resuelvo.

Lo Io que essa librería me pareze mal, que se me representa impossible, o muy difícil que los Herederos o Acreedores de ella saquen jamás doze mil ducados de Vellón, y menos en estos tiempos en que nadie quiere comprar libros.
= Lo 2o que a Nosotros nos saldría muy costosa, aunque no diéssemos sino nueve o diez mil ducados de vellón; porque no podríamos ni en muchíssimos años deshazernos, para la recompensa, de tantos libros inútiles y sobrados.
= Lo 3o que sendría por de mucho mayor conviniencia para el Colegio comprar
de essa Librería algún buen número de tomos útiles, aunque fuesse necessario empeñar la renta de nuestra librería para dos mil ducados (o cosa semejante) en el modo que a los superiores pareciese menos cargoso y más razonable.
=Lo 4o que sino se despacha assí por partes, no parece verisímil, que los Herederos, o Acreedores ayan de vender oy tanta y tal librería; y si la vendiesen junta, avrá de ser por precio muy baxo. Pero esto ya no nos toca y quizás con esperanza de empleo maior no querrían vendernos alguna cantidad de libros, aunque el Colegio se animase a la compra.
=Lo 5o que parece entraríamos si comprássemos toda la librería, en las embarazosas fatigas assí de elegir, componer, y ajustar en puestos y en índices essos libros con los nuestros; como de expurgar, y aún de echar de casa, y entregar a la Santa Inquisición muchos libros, que se puede presumir no están expurgados; y aunque sean muchos prohibidos in totum, parecen estarse en los estantes; y si quisiésemos poner el cuidado de dividirlos y no admitirlos antes de la compra, o de la entrega, sería necesario no poco ahogo y gasto.= Y en fin debe ponerse en consideración el grande gasto de traher tantos libros desde Madrid y de costear en la dentención de la pieza, o las piezas en que hállase guarda.

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