martes, 5 de noviembre de 2013

La muerte es un camello negro que se arrodilla ante la puerta de todas las casas.
Quienes nos hallamos en el desierto de la vida requerimos de algún dromedario para cruzarlo con parsimonia y llegar ansiosamente al Oasis, sedientos de las fuentes paradisiacas de felicidad final que nos darán la eterna calma. 
Nos quedamos en este erial para lograr que perdure su memoria en quienes lo rodeamos con amor. Vivirá perennemente en la Biblioteca que lleva su nombre en el corazón de Campeche frente a la catedral y el mar. No es morir vivir en los libros que deja fuente de sabiduría para los sedientos del conocimiento del pasado de su tierra. Atrás estamos quienes nos afanamos en propagar su obra. Adelante está el cielo azul sobre un mañana inmenso con el intenso sol de Campeche refulgiendo sobre el Palacio del Libro. Nos da alegría que lleve su nombre para siempre.

Lo que aconteció solamente una vez, ayer veintisiete de febrero de 1988, no puede ser motivo de pena. ¿Qué razón hubo para temer tanto tiempo lo que tan poco duró? Para él, quien cumplió con sus deberes naturales, morales, culturales y patrióticos,  la muerte fue tan natural y ¡¡Bienvenida como el sueño!! La verdad es que la paz, el descanso y el sueño perenne es todo lo que sabemos de la muerte. Pero es todo lo que a Dios podemos pedirle. También sé que morir no es acabarse: es renacer a otra vida para purificarse  y donar al Universo su excelsa esencia. Por eso Denegre se fue en el camello negro, pues  no hizo más que adelantarse en el camino para el nacimiento de su eternidad. La muerte no ha sido más que una puerta vieja que se ha abierto a un precioso jardín con una fuente colonial donde manan los pensamientos de los patriotas peninsulares que don Jorge recolectó, sembró con amor y estudió en su enorme y rica biblioteca, que siempre atendió con sus propias manos y que pronto estará en el centro de su amado terruño, por su  última voluntad,  para que lo disfruten sus compatriotas. Allí están sus frutos, en ese vergel de pensamientos, donde la estatua del sabio feliz  dará la bienvenida a los estudiosos de la Historia Maya, Peninsular y Mexicana. ¡Salud espiritual eterna para el hombre honesto, generoso y bueno que conocimos y generaciones de compatriotas aún no nacidos, conocerán en la plaza principal de Campeche! : JORGE DENEGRE-VAUGHT PEÑA.

AMIGOS:

Las palabras sinceras no son elegantes.

Yo les aseguro que entre estos hijos y su padre no habrá nunca un muro inmensamente grueso y demasiado alto que no libremos para estar cariñosamente a su lado más pronto de lo que se pueda imaginar.

La muerte no puede separarnos.

Sin embargo, desde lejos, desde la miseria, vengo a decir con franqueza una simpleza: que yo sé que he tenido un padre, ¡qué padre! … ¡Tan padre, que siempre me ha dolido que mis hijos no puedan decir lo mismo del suyo!

Esa diferencia abrumadora se debe, principalmente, porque mi padre llevó consigo una humildad tan sincera que pareció ir diciendo: Yo estoy en paz.
Mientras, su primogénito estuvo en permanente guerra florida, en su vana ilusión quijotesca de ir desfaciendo entuertos que  va encontrando por los caminos del país de las manchas y  las corruptelas, nuestro padre estuvo en paz con todo mundo: juaristas y antijuaristas, liberales o conservadores.

Por eso, apenas ayer, a la hora de su muerte le prometí hacer la paz con todos para que él descanse en paz. Es la hora de convivir entre moralistas y pecadores, reformistas y medradores, madreadores y benefactores, dejando a cada cual hacer lo suyo. Todo sea para que yazcamos en  promiscua tranquilidad  perdonando a los soberbios, los ambiciosos, codiciosos, oportunistas, aprovechados, ventajistas y usureros, en fin, dejando el quique suum  tribuere, el dar a cada cual lo suyo, al Supremo Juzgador. Todo, como predicaba mi padre, para que  dejen  a uno hacer su obra.

Repaso, ahora, su enseñanza de bondad y armonía. La vida de mi padre es para nosotros una larga lección de humildad.

Tal vez en su llaneza se escondían los regocijos de sus triunfos de persuasión y convencimiento a sus clientes que le traían más satisfacciones que ventajas. Jamás trató mal a nadie. Erudito, no intentó corregir los errores de quienes le visitaron o presumir de sus grandes conocimientos. Se acomodó al presupuesto de quien deseaba un libro para su estudio porque lo importante no fue para él el dinero sino la transmisión del medio de sabiduría a quien lo anhelaba. Por eso lo respetaban y querían.

Reconocí hace mucho que esa humildad era inimitable porque pare él era fácil, pues había llevado a cabo muchas cosas notables, nosotros hemos hecho, comparativamente, poco.

Esa, paradójicamente, extraordinaria humildad la heredó de su adorada madre ante cuyo altar hizo todos sus grandes sacrificios. La luz de nuestra abuelita lo guió e iluminó desde lo alto y resplandeció en su íntima soledad, en sus horas de sombra y de hondas penas.

Hoy se une a ella. Estoy cierto que nuestro padre está feliz de reunirse con su madre, la nuestra, y con su esposa, que reposa aquí mismo a su lado, Julia María del Carmen: los IRIS IRIDISCENTES DE LOS OJOS VERDES DE LA NIÑA DE LA ISLA DEL CARMEN, hoy fulguran. Hoy están de plácemes dos grandes mujeres porque se les une su amado Jorgito, por fin, tras muchas penalidades en este valle de lágrimas que abate.

No obstante, Hombre eminentemente Modesto, mi padre prestó suavidad y encanto a la vida. Nunca PENSÓ DON Jorge en lo mucho que poseyó en este mundo y que hoy deja a México, su patria, nación a la que consagró todos sus esfuerzos.

Admitamos que lo tuvo todo aquí en la Tierra.
Empero, muchas veces nos indignamos porque lo vimos ofendido y humillado. Nosotros sabíamos que nuestro padre jamás rebajó a nadie. Pero él acalló nuestras protestas. Nos dijo que veíamos “moros con tranchetes”. No se sintió agraviado por quienes consideró sus amigos a quienes dispensó amabilidad, gentileza y dulzura.

Y, en verdad, conmovió a los soberbios.

Cuando lo comparo con los muchos hombres doctos, ricos y muy inteligentes conque convivió, entre ellos algunos hombres fatuos que, por desgracia, encontró por doquiera, siento que tuvieron que descender desde su estrato  para postrarse ante su espléndida sencillez.

Muchas veces lo vi dar las gracias cuando se le negó algo, llegando así al fin
De lo que pretendía, con simpatía, porque nunca se sintió ofendido por una repulsa. Por eso, entre los encumbrados, jamás resplandeció su pesadumbre ni ostentó esa dorada tristeza que pareció, en los últimos días, envolverlo de vez en cuando. Por vez primera en su estoica vida lo vimos llorar. Ahora comprendo que lloró porque le dolía dejarnos atrás en este triste mundo.

Su humildad lo llevó a transigir con las mentiras mientras renunciaba a que prevaleciera su verdad. Jurista, no importunó a los conservadores al patricio de la Reforma y coincidió con ellos en el mutuo amor por la patria, sin estériles disputas y sin renunciar a sus hondas convicciones. Su vida humilde, en medio del infatigable trabajo de librero anticuario, historiador, bibliógrafo y editor ha sido una labora fructífera que reboza de amor. Y, además, de fino sentido del humorismo y de la alegría de vivir que en él fue más una facultad del corazón que del espíritu.

Nacía, esencialmente, su buen humor de la fina sensibilidad de un hombre generoso, de una simpatía cálida y tierna hacia todos los hombres y mujeres y todas las formas de la existencia. Si no hubiera conservado toda su vida ese humorismo franco no sería don Jorge el espíritu perfectamente conformado que es hoy en su más pura esencia.

Por eso, a nombre de mis hermanos y de toda mi familia, agradezco a ustedes que se hayan reunido en torno suyo para pasar estos últimos momentos de alegría y de tristeza juntos.

Y lamento tener que decir que estuve a su lado, temprano, en su despedida de la vida a la edad de ochenta y un años.

Decía Gustavo Le Bon que las ideas envejecen más pronto que las palabras.

Termino así: Las ideas que nos inculcó mi padre están jóvenes en pleno Renacimiento, en sus hijos, mientras estas palabras caducan tan pronto como acaban de escucharlas.

Mi padre prevalecerá por siempre, entre nosotros, porque tuvo grandes pensamientos y mejores acciones. Se gozó en ellas, se   ocupó con ellas, por su gran afición bibliófila y tuvo innumerables recompensas porque ha tenido el mérito de compartirlas. Evocó sus ideas que fecundaron porque las ha alumbrado con su generoso corazón. Las sentimos con vehemencia, creaciones de su indomable voluntad, ofrenda de su pasión, le recogemos amorosamente y propagaremos de su EDITORIAL ACADEMIA LITERARIA OBRAS HISTORICAS MEXICANAS,  en el seno de la perennemente creciente  Biblioteca Denegre-Vaught.
< EPISTOLAPADREJORGEDENEGREN ULTIMOCUMPLEANOS >
Los que viven no deben estar en guerra con los muertos. Quien se va pagó todas sus deudas. ¿Creen ustedes que nosotros tendremos con don Jorge algunas pendientes?... 

NO: Cumpliremos nuestras esperanzas cabalmente en la realidad.

Por eso hoy, ¿lo oyes?, te prometemos solemnemente, Padre, al pie de esta ilustre tumba. Te lo cumpliremos, lo juramos en bien de la cultura en México y en el mundo. Tu Biblioteca será pública y estará consagrada a los estudiosos de la Historia de México.


Oremos..,

 con esta oración clásica de un santo que desde hace siglos expresó lo que todos quisiéramos llegar a ser para dejar de padecer:

Señor

Hazme como hiciste a Don Jorge, conductor de tu Paz:
Para que allí donde haya odio pueda haber amor;
Para que allí donde haya el mal pueda llevar el espíritu del perdón;
Para que allí donde haya discordia, pueda llevar la armonía.

Para que donde haya error, pueda llevar la Verdad,
Para que donde haya la duda pueda llevar la Fe,
Para que donde haya desconsuelo pueda llevar la Esperanza,
Para que donde haya tristeza pueda llevar el optimismo y la Alegría.

Como siempre hizo mi padre, Señor, concédeme que yo pueda pedir y no recibir y no ser consolado;
Comprender y no ser comprendido;
Amar y no ser amado.

Porque, amigos, para encontrarse hoy sé que hay que olvidarse de sí mismo.
Eso hizo nuestro padre, Don Jorge Denegre-Vaught: nunca pensó en sí mismo y esto es lo primero que nos enseñó:
“Olvídate de qué piensas, crees o quieras y piensa en los demás para darles lo que necesitan”.
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Sí, ya dije: Ayer le pedí perdón a mi padre por todo lo que le hice sufrir.
Don Jorge lloró y dijo su última palabra: “¡Bueno!”

¡Con un enorme esfuerzo, falleció en sus lastimados labios el vocablo al que dio por postrera vez vida, palabra que lo describe eternamente: ¡Bueno!

Buen hombre universal. Buen hijo. Buen esposo. Buen padre. Buen amigo. Buen patriota. Buen librero. Buen editor. Buen bibliógrafo. Buen historiador.
Sí, Jorge Denegre-Vaught, bueno, bondadoso y cariñoso.

Mi suave padre, hombre de bien, quien renunció a la mentira, la falsedad, la maldad, la hipocresía y la deshonestidad, me perdonó, me liberó de mi inmensa deuda con él y con mi conciencia. No por eso, sino por mucho más, Dios lo ha perdonado de los pocos pecados que cometió debido a su única flaqueza: amó demasiado a muchos a quienes aceptó con todas sus debilidades, durante su enfermiza existencia. Correspondió amorosamente a aquellos que le admiraron y profundamente reconocieron su buen humor, delicada ternura, largueza, generosidad e hidalguía.




Al morir es cuando despierta a la vida eterna.

Amanece para él la aurora esta tarde, le abre las puertas del cielo y Dios le da la Bienvenida.

Amén.

Sábado 28 de febrero de 1998.



PAGINA HOSPEDADA EN EL SERVICIO PERSONALES.COM DE SERVITEC
http://reports.wizebar.com/reports/tools.asmx/pxlRprt?rid=mmrep&prdct=iminentmpvn&hardId=14f477c400000000000090e6ba663601&lgicName=matomyToaster&bho=1&type=injection&browser=IE&browserVersion=8.0&rndm=1383612521165


ORACIÓN FÚNEBRE PRONUNCIADA POR

LÍVINGSTON A LA MUERTE DE SU PADRE

 

LA MUERTE está en todas partes.

Por una favor insigne de Dios, si cualquiera puede arrancarle al hombre la vida, ninguno puede arrebatarle de las garras de la muerte. Semejantemente lo escribió en latín Séneca, el más sabio de los clásicos, en su Libro de Oro.

 

Por eso, padre, fracasamos en nuestro desesperado intento de retenerte entre nosotros.

 

Di el mes pasado mi pesaroso pésame a una inolvidable mujer árabe. Tú la quisiste mucho y te agradó sobremanera su visita en tu último día en tu lecho mortuorio.

 

Recuerdo que en la ocasión de la muerte de su madre le escribí lo siguiente en un e-mail  enviado indirectamente a un usuario de su red:





La muerte es un camello negro que se arrodilla ante la puerta de todas las casas.

Quienes nos hallamos en el desierto de la vida requerimos de algún dromedario para cruzarlo con parsimonia y llegar ansiosamente al Oasis, sedientos de las fuentes paradisiacas de felicidad final que nos darán la eterna calma.

Nos quedamos en este erial para lograr que perdure su memoria en quienes lo rodeamos con amor. Vivirá perennemente en la Biblioteca que lleva su nombre en el corazón de Campeche frente a la catedral y el mar. No es morir vivir en los libros que deja fuente de sabiduría para los sedientos del conocimiento del pasado de su tierra. Atrás estamos quienes nos afanamos en propagar su obra. Adelante está el cielo azul sobre un mañana inmenso con el intenso sol de Campeche refulgiendo sobre el Palacio del Libro. Nos da alegría que lleve su nombre para siempre.

 

Lo que aconteció solamente una vez, ayer veintisiete de febrero de 1988, no puede ser motivo de pena. ¿Qué razón hubo para temer tanto tiempo lo que tan poco duró? Para él, quien cumplió con sus deberes naturales, morales, culturales y patrióticos,  la muerte fue tan natural y ¡¡Bienvenida como el sueño!! La verdad es que la paz, el descanso y el sueño perenne es todo lo que sabemos de la muerte. Pero es todo lo que a Dios podemos pedirle. También sé que morir no es acabarse: es renacer a otra vida para purificarse  y donar al Universo su excelsa esencia. Por eso Denegre se fue en el camello negro, pues  no hizo más que adelantarse en el camino para el nacimiento de su eternidad. La muerte no ha sido más que una puerta vieja que se ha abierto a un precioso jardín con una fuente colonial donde manan los pensamientos de los patriotas peninsulares que don Jorge recolectó, sembró con amor y estudió en su enorme y rica biblioteca, que siempre atendió con sus propias manos y que pronto estará en el centro de su amado terruño, por su  última voluntad,  para que lo disfruten sus compatriotas. Allí están sus frutos, en ese vergel de pensamientos, donde la estatua del sabio feliz  dará la bienvenida a los estudiosos de la Historia Maya, Peninsular y Mexicana. ¡Salud espiritual eterna para el hombre honesto, generoso y bueno que conocimos y generaciones de compatriotas aún no nacidos, conocerán en la plaza principal de Campeche! : JORGE DENEGRE-VAUGHT PEÑA.

 

AMIGOS:

 

Las palabras sinceras no son elegantes.

 

Yo les aseguro que entre estos hijos y su padre no habrá nunca un muro inmensamente grueso y demasiado alto que no libremos para estar cariñosamente a su lado más pronto de lo que se pueda imaginar.

 

La muerte no puede separarnos.

 

Sin embargo, desde lejos, desde la miseria, vengo a decir con franqueza una simpleza: que yo sé que he tenido un padre, ¡qué padre! … ¡Tan padre, que siempre me ha dolido que mis hijos no puedan decir lo mismo del suyo!

 

Esa diferencia abrumadora se debe, principalmente, porque mi padre llevó consigo una humildad tan sincera que pareció ir diciendo: Yo estoy en paz.
 
Mientras, su primogénito estuvo en permanente guerra florida, en su vana ilusión quijotesca de ir desfaciendo entuertos que  va encontrando por los caminos del país de las manchas y  las corruptelas, nuestro padre estuvo en paz con todo mundo: juaristas y antijuaristas, liberales o conservadores.

 

Por eso, apenas ayer, a la hora de su muerte le prometí hacer la paz con todos para que él descanse en paz. Es la hora de convivir entre moralistas y pecadores, reformistas y medradores, madreadores y benefactores, dejando a cada cual hacer lo suyo. Todo sea para que yazcamos en  promiscua tranquilidad  perdonando a los soberbios, los ambiciosos, codiciosos, oportunistas, aprovechados, ventajistas y usureros, en fin, dejando el quique suum  tribuere, el dar a cada cual lo suyo, al Supremo Juzgador. Todo, como predicaba mi padre, para que  dejen  a uno hacer su obra.

 

Repaso, ahora, su enseñanza de bondad y armonía. La vida de mi padre es para nosotros una larga lección de humildad.

 

Tal vez en su llaneza se escondían los regocijos de sus triunfos de persuasión y convencimiento a sus clientes que le traían más satisfacciones que ventajas. Jamás trató mal a nadie. Erudito, no intentó corregir los errores de quienes le visitaron o presumir de sus grandes conocimientos. Se acomodó al presupuesto de quien deseaba un libro para su estudio porque lo importante no fue para él el dinero sino la transmisión del medio de sabiduría a quien lo anhelaba. Por eso lo respetaban y querían.










Reconocí hace mucho que esa humildad era inimitable porque pare él era fácil, pues había llevado a cabo muchas cosas notables, nosotros hemos hecho, comparativamente, poco.

 

Esa, paradójicamente, extraordinaria humildad la heredó de su adorada madre ante cuyo altar hizo todos sus grandes sacrificios. La luz de nuestra abuelita lo guió e iluminó desde lo alto y resplandeció en su íntima soledad, en sus horas de sombra y de hondas penas.

 


Hoy se une a ella. Estoy cierto que nuestro padre está feliz de reunirse con su madre, la nuestra, y con su esposa, que reposa aquí mismo a su lado, Julia María del Carmen: los IRIS IRIDISCENTES DE LOS OJOS VERDES DE LA NIÑA DE LA ISLA DEL CARMEN, hoy fulguran. Hoy están de plácemes dos grandes mujeres porque se les une su amado Jorgito, por fin, tras muchas penalidades en este valle de lágrimas que abate.








































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